21 de mayo 2015
Abram Fuentes
Apenas hace un año atrás (2014) se inauguró la organización sin fines de lucro llamada Ateístas de Puerto Rico, con la misión de “Transformar a la sociedad puertorriqueña hacia una libre de tradiciones religiosas heredadas e irreflexivas, donde reine el libre pensamiento y el uso del raciocinio empírico como método para determinar las soluciones a los problemas personales y sociales a fin de garantizar la libertad individual”.
Esta misión, adicional a ser sumamente larga, tiende a basarse en acercamientos científicos y hasta metodológicos como base para resolver los problemas de la sociedad. Adicional a esto, Ateístas de Puerto Rico establece en su página web varios propósitos, entre los cuáles se menciona el siguiente: “establecer mecanismos mediáticos y de activismo social que lleven el mensaje ateísta, de libre pensamiento y secularismo a la sociedad general de Puerto Rico.”
Debo reconocer que me parece sumamente importante destacar este movimiento como uno necesario e innovador para educar a las personas sobre el ateísmo y la persona atea. Una definición breve del ateo podría ser: sin dios. O sea, que las personas ateas son aquellas que no reconocen la existencia de un dios o de varios dioses, mucho menos como figuras o entidades todopoderosas más allá del ser humano. Lógicamente, esto se diferencia del deísta o teísta, o la creencia en deidades o un creador universal. Traigo la aclaración de la definición, por el mero de hecho de establecer una diferencia conceptual para luego entrar en aspectos de mayor análisis.
Por ejemplo, hoy me encontraba en la graduación de un niño al cual le he cogido mucho cariño por ser parte de la familia de mi pareja. Durante la graduación me percaté de que la celebración se realizó en la Iglesia de su escuela en vez de llevarse a cabo en un anfiteatro o un centro de actividades (como solía ser de acuerdo a mi formación educativa). Me pareció interesante que, como parte de las estrategias educativas y de alineación con la cultura y la misión de la escuela, se promovía una celebración de su graduación en conjunto con la celebración de la Misa. En otras palabras, los niños(as) graduados(as) durante el día de hoy cantaban canciones agradeciéndole a Dios por sus logros (tanto en el idioma inglés como en el español), mientras que bailaban al ritmo de canciones religiosas.
Debo reconocer que me dio trabajo comprender este fenómeno debido a varios aspectos. El primero porque ya hace unos años tuve una realización en donde me percaté de que no existe un dios y que nuestras acciones están directamente relacionadas con nuestros procesos mentales y con aspectos socioculturales que afectan la toma de decisiones. Segundo, porque me parecía inconcebible que de alguna manera, se les impusiera a los niños el tener que cantar, bailar y celebrar a Dios y a Jesús como si estos hubieran sido los responsables de su graduación. Y tercero, porque aun cuando se enfatizaba en la importancia de la religión y el uso del idioma inglés y español durante las lecturas eclesiásticas, eran los mismos padres y las madres los que celebraban y motivaban a sus hijos a que continuaran con esto.
Me pregunto, ¿qué sería de estos niños si tuvieran la capacidad intelectual de un adulto para analizar el contenido de las lecturas realizadas y reconocer que fue gracias a sus esfuerzos que lograron pasar al próximo grado académico?
Entiendo que la educación religiosa debe ser parte de todo estudiante que esté interesado en ella y que conciba que este tipo de educación es pertinente para su desarrollo como ser humano digno y admirable en una sociedad. Sin embargo, mientras me encontraba observando a los niños en la Iglesia a las 9:30am no podía parar de pensar en que (de alguna u otra forma) el proceso de bailar, cantar y realizar lecturas religiosas funcionaba como una manipulación dirigida a alabar a un Dios que apenas conocen, y que mucho menos comprenden su significado sociocultural, debido a la complejidad de su representación religiosa.
Esto me lleva al tema de las creencias y su gran diferencia de la religión y la espiritualidad. De alguna manera, en la sociedad puertorriqueña se ha perdido el sentido común, y se ha comenzado a pensar que una creencia es lo mismo que la religión, y que la espiritualidad solamente es alcanzable para el religioso y/o creyente. Con el propósito de instruir y educar al lector o la lectora, me tomé la tarea de buscar la definición de cada concepto para evitar confusiones y establecer una línea de pensamiento lógico en la discusión de estos términos. De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), una creencia es un firme asentimiento y conformidad con algo; completo crédito que se presta a un hecho o noticia como seguro o cierto. La tercera definición que establece el diccionario de la RAE sobre la palabra creencia es que esta es una religión o doctrina. En este aspecto debo diferir completamente de este diccionario virtual (www.rae.es). Difiero porque creyente puede ser tanto el ateo como el teísta y lo ejemplifico a continuación.
Un ateo puede creer en el amor de su familia o de sus amigos, en la amistad y el profesionalismo de sus colegas, en la naturaleza y su flora y fauna, en los animales como compañeros de vida y en muchas cosas más. Por lo tanto, la creencia no se puede limitar simplemente a la religión, que de acuerdo al diccionario de la RAE es el conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales. En otras palabras, un religioso cree en su Dios si es teísta, y sigue al pie de la letra (por miedo o veneración) unas conductas y prácticas ritualistas asociadas con su religión.
Por otro lado, y mucho más importante, se encuentra la espiritualidad. De acuerdo al diccionario de la RAE, la espiritualidad es la naturaleza y condición de lo espiritual; la cualidad de las cosas espiritualizadas o reducidas a la condición de eclesiásticas; la obra espiritual. Al buscar la definición de espiritual, me encuentro con lo siguiente: lo dicho de una persona muy sensible y poco interesada por lo material.
Quisiera saber, ¿en dónde en esta definición se asocia la espiritualidad con la religión o con las creencias?
La respuesta está más clara que el agua: la espiritualidad puede ser desarrollada por cualquier ser humano, teísta o ateísta. De hecho, existen técnicas meditativas que permiten a la humanidad lograr un nivel superior de vibración o de alcance con su luz interior. Pero esto podría ser discutido en otro escrito si amerita su interés y discusión seria.
Por último, debo resaltar que ser ateo, agnóstico (cuestionar la existencia y evidencia de un dios como entidad suprema) o escéptico (dudar o estar en desacuerdo con lo que generalmente está aceptado como verdad) no te convierte en peor ni en mejor ser humano o persona. Tiene que existir un respeto, una empatía y una consideración tanto para los teístas como para los ateos, especialmente porque somos seres humanos. La humanidad tiene que concebir y comprender que su mayor aportación no viene de sus creencias o de su religión, sino de sus acciones de amor y de la colaboración. Estos a su vez rinden mayores frutos para el desarrollo de una mejor sociedad. Menciono esto porque la sociedad puertorriqueña requiere cada día más que dejemos nuestras diferencias religiosas, políticas, económicas, sociales, culturales, profesionales y muchas otras a un lado y comencemos a colaborar. La creencia tiene que estar dirigida hacia nuestro potencial como seres humanos y no hacia aspectos imaginarios o ideológicos que no tengan aplicaciones prácticas ni realistas.
Espero que algún día, la discusión sea si existe o no existe una mejor vía de comunicación interplanetaria, o si se ha probado la existencia de naciones inter-espaciales y su discusión sobre cómo estas podrían contribuir a la población terráquea. Por lo tanto, ahora más que nunca es el momento de educar, enfocándonos en cómo la educación impacta en el aprendizaje de los niños (que son el presente y futuro de nuestro país) y cuestionándonos lo que estamos enseñando antes de hablar o impartir una lección.
Nota del editor: Abram Fuentes es sicólogo industrial y comparte sus escritos y pensamientos en su blog La muerte del buho.